¿Cómo llegaste? ¿Qué paso tras otro paso te ha deslizado hacia borde de este silencio?
¿Cómo ese pensamiento (una flor, una hoja, una mota de polvo) se introdujo, asesino, entre los pliegues de la espera?
¿De dónde viene? ¿Quién a golpe de huracán te cubrió con esa escarcha?
¿Cuándo decidiste ser la incapaz de imaginar tu pie y tu pie dibujando un salto hacia el otro lado del abismo? Y salvarte
y salvar
no consentir
no doblegar
no doblegar ¿Era así?
Ahora, la escarcha dice no,
dice el huracán ya no vas a encontrar la forma de flexionar sobre ti misma (para saltar, simplemente para saltar.)
El consuelo consistía en poder alzarte como hacen las aves al sentir la amenaza, al palpitar el miedo entre sus plumas.
Ya sólo eres, inmóvil, rígida,
roca plegada hacia el abismo, sin plan de huida,
sin esperanza que te invite a partir.
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