Pintura de Francisco Lezcano
24
Memoria
bajo los adoquines
y el
discurso de un camarero detrás de la barra
“El
vino tinto es mejor tomarlo a temperatura ambiente”
Memoria
de parras y acebuches,
de
regadera exhausta
y
letra grabada en el estaño de una canción.
“Levanta
rosa temprana”
y la
lengua pura asoma
tras
el parpadeo de la cortina,
el
hocico húmedo del perro besa un dedo,
el
caracol trepa por la mano que recolecta la uva,
la
vendimia de todos los septiembres desgajados del racimo.
“Levanta
que llega el día”
y el
rayo de sol
hace
nube de oro el dormitorio,
tarta
para compartir
el
rayo de sol,
la
fruta del verano que no quiere pudrirse.
Espera
verano,
espera
que llega pronto el día
en
el que soplaremos la llama de los deseos.
Espera
verano
que
la memoria se ejercita
en
el lagar donde trituras las promesas.
Se
ejercita la memoria
dando
saltos en el cuadrilátero.
Espera,
que la memoria ya se agrieta,
lanza
un derechazo,
el
rostro es un péndulo,
izquierda,
derecha,
suena
el badajo de una campana.
Y
yo, ciega veo,
entre
las grietas de esta pared,
el
glauco quejido del moho
y en
la vereda crecen ortigas.
Sigamos
el sendero de las ortigas.
Cuidado,
que
no se clave en tu piel
la
insana persistencia de sus púas.
“Los
prodigios, si hurgan en la carne,
debilitan
la voluntad”
dice
un hombre sentado en una piedra
junto
al camino donde las ortigas florecen
por
primera vez.
El
hombre en su vientre
botón
de un ramo de ortigas
adorna
su voz clavada en la piedra.
La
memoria se ejercita
contra
la cuerdas
a
cada golpe,
púgil,
canta un guajira
enjuga
el algodón, restriega la sangre seca,
la
herida de las ortigas
hasta
que en la loma
alguien
vea surgir el ácido del corazón de la tierra.
“Levanta
que viene el día”
que
llega la muda marea del olvido,
el
ácido,
el
hoyo del topo,
el
huir del guante hambriento del sol.
Y
tú, tortura al púgil con las manos enguantadas,
que
hiervan tus ojos.
Huele
a cuero quemado
la
acequia del olvido,
huele
a animal salvaje
lo
que se esconde bajo la piel.
De
izquierda a derecha golpea.
“Levanta
que viene el día”
y
las cortinas abren sus fauces
para
devorar lo que se esconde en el olvido,
lo
que carcome a la uva,
lo
que cierra los ojos con la palma generosa de la parra,
lo
que se hace sordo a la voz del señor
clavado
en la roca.
“El
vino tinto sabe mejor a temperatura ambiente”
y el
camarero descorcha cualquier botella.
Y “¿Sabía
usted que el vino protege al corazón?”
“Levanta
que viene el día”
que
viene el tan-tan y
el
tic-tac y
el
badajo de la campana,
y el
pálpito viene.
¿Dónde
localizo el otro corazón?
quiero
rociarlo,
mis
pies tiritan en el lagar.
El
corazón,
habla
el hombre desde la roca,
el
corazón es un púgil
en
el cuadrilátero,
izquierda-derecha-contra
las cuerdas.
Y
alguien sigue cantando
y
sigamos el sendero de las ortigas,
y no
hay prisa
y no
temas a la penumbra
y
sólo el verano huye de ella
y su
abrazo siempre te ronda el cuello
y su
lona viste tu espalda.
“Levanta
que viene el día”
¡Ay,
el calor de la oscuridad!
y la
penumbra de los ojos cuajados de legañas.
“Levanta
que viene el día”
No
te quedes tendida en el cuadrilátero,
los
que te miran te derrotan
con
su ovación.
La
Caligrafía de los isópodos, (Huerga y Fierro editores)